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Foto del escritorEduardo Cabrero

El Oficio de Tinieblas

El conjunto de ritos de la Iglesia ha visto a lo largo de toda su historia una constante evolución. Desde que el propio Jesucristo impulsara en sus seguidores la necesidad de orar a Dios con asiduidad, los rezos diarios se establecieron con rigurosidad, comenzando por una primera costumbre que se impuso entre los primeros cristianos, de rezar el padrenuestro tres veces al día. Sólo cuando la dura persecución contra los seguidores de la fe cristiana cesó, empezó a regularizarse un repertorio para recoger los diferentes rezos del día. Recibió el nombre de Opus Dei, u Oficio Divino, aunque generalmente se le conoce como Liturgia de las Horas. Hasta nuestros días ha llegado dicho almanaque, aunque obviamente transformado por las habituales reformas que ha sufrido a lo largo de más de dos milenios. Fijándonos en el sistema más común, la jornada comenzaría con el rezo de maitines, que se produciría poco después de la medianoche. A continuación, vendrían las laudes, o alabanzas. Un rito de agradecimiento a Dios que se vinculaba a la Resurrección, y que por ello tenía lugar a lo largo del amanecer. Adaptado al horario de cada comunidad, lo normal es que la franja horaria fuera desde las 3 de la madrugada, a las 9 de la mañana. Durante los últimos tres días de la Semana Santa, en las madrugadas del jueves, viernes y sábado, estos dos oficios, maitines y laudes, se sustituían por un rito más especial destinado a conmemorar la muerte de Jesucristo. Se conoció como Oficio de Tinieblas.
Tenebrario de la iglesia. Monasterio Sancti Spiritus el Real
El núcleo del rito lo constituía un candelabro muy característico, de forma triangular, provisto de quince velas, llamado tenebrario. La descripción de la ceremonia posee variaciones entre las diferentes fuentes que la recogen, y es más que probable que la misma estuviera sujeta a continuos cambios a lo largo de su dilatada historia. Quince era el número de velas del tenebrario, en representación de la Virgen María, las otras tres Marías —la de Cleofás, Salomé y Magdalena—, y los once discípulos fieles, obviando a Judas Iscariote, quien traicionó a Jesús tras la Última Cena. El nombre de Oficio de Tinieblas fue una denominación posterior a la consolidación del rito, surgiendo por causa de la ceremonia del apagado paulatino de las velas del tenebrario, que por ser la única fuente de luz, dejaba el templo sumido en las sombras al final del culto. El apagado se convirtió en una representación de la muerte de Jesucristo, y además, según algunas fuentes, simbolizaba la soledad que éste había sufrido desde su prendimiento en Getsemaní, siendo abandonado por todos los que le seguían, por lo que la vela central, la más alta y visible del candelabro, sería la única que permanecería encendida. La vela de la Virgen María, la única que realmente mantuvo la esperanza de ver a su hijo resucitar de entre los muertos. Otras variantes mantienen que este cirio representa al propio Cristo. En cualquier caso, la forma definitiva de esta ceremonia fue fruto de una evolución desde su origen, situado aproximadamente en torno al siglo V. Existen teorías que consideran que en su inicio no se producía un apagado paulatino, sino que la primera de las tres noches, el candelabro permanecía con todas las velas encendidas, la segunda de las noches figuraba apagado en su totalidad, y la tercera, víspera de la Resurrección, volvía a lucir por completo en señal de la gloria de Dios. Sin embargo, en la noche del Jueves Santo, por celebrarse el ritual durante la noche, y a medida que iba clareando el día, se reducía el número de velas necesarias para alumbrar los templos, y se apagaban poco a poco, dando lugar, quizás, a ese ritual posteriormente adoptado.

El Oficio de Tinieblas incluía todos los elementos propios de las ceremonias de exequias, pues no dejaba de ser un ritual fúnebre, omitiéndose cualquier himno, suprimiendo los acompañamientos musicales, y revistiendo el templo de la más absoluta austeridad, con un altar completamente desnudo. El rito finalizaba de manera abrupta, sin ningún tipo de despedida. Y es en su parte final donde encontramos otro de sus más característicos momentos. Durante estos días no podían utilizarse sonidos metálicos. Las campanas eran entendidas como una representación de los apóstoles. Durante su Pasión, Jesucristo sufrió sus torturas y su muerte en soledad, por lo que esa ausencia de sus discípulos durante su martirio provocó la prohibición del uso de los sonidos metálicos, sobre todo de las campanas, durante estos días de Semana Santa. Por contra, se propició el empleo de instrumentos de madera, en recuerdo de la cruz en la que Jesús fue colgado. De este modo se extendió la utilización de herramientas como la matraca y la carraca para sustituir las convocaciones a los fieles mediante campanadas. El sobrecogedor ruido que estos instrumentos provocan, se utilizaba además para atemorizar a la gente, invitándola a purgar sus pecados ante la llegada de la muerte del Señor. Al final del Oficio de Tinieblas, estando el templo sumido en la oscuridad, se hacían sonar matracas y carracas simulando los estruendos de la naturaleza que se despertaron cuando Jesucristo expiró en la cruz.

El ritual evolucionó poco a poco. Ya en el siglo XIII sabemos que, por ejemplo, el horario se había modificado, siendo común que la ceremonia viera su inicio a las cuatro o las cinco de la tarde el Miércoles Santo. El Oficio de Tinieblas era muy tedioso, pues básicamente consistía en la lectura de una continua salmodia, por lo que finalmente terminaría convirtiéndose en una celebración común, sin incluirse apenas ningún elemento especial que señalase estos importantes días para la Iglesia. Progresivamente, además, fue introduciendo diferentes contenidos musicales que acabarían por dar forma a una estructura que inspiró las obras de numerosos artistas destacados. Las primeras piezas se basaban en el Libro de las Lamentaciones del Antiguo Testamento, las bellas composiciones atribuidas al profeta Jeremías que abordan la destrucción de Jerusalén a manos de los ejércitos babilonios de Nabucodonosor II en el año 587 a. de C. Se pasaba después al Christus factus est, y se rezaba un padrenuestro en voz baja simbolizando el silencio. El silencio que los discípulos mantuvieron en el huerto de los olivos cuando llegaron los soldados a las órdenes del Sanedrín. Y el silencio casi perpetuo que Cristo guardó durante toda la Pasión. Después del Miserere, estallaba el ruido de las matracas y las carracas.
Tenebrario de la sala capitular. Monasterio Sancti Spiritus el Real
Tras un profundo y riguroso estudio de las obras de Juan García de Salazar (1639 – 1710), quien fuera maestro de capilla de la Colegiata de Toro, de la Catedral de El Burgo de Osma y finalmente de la de Zamora; y de su alumno, Alonso Tomé Cobaleda (1683 – 1731), quien lo fuera de la Catedral de Zamora, de la de Salamanca y de la de Sigüenza, el ensemble Semura Sonora dio forma a su primer disco, Miércoles de Tinieblas, grabado durante el mes de octubre de 2022 en el monasterio del Sancti Spiritus el Real de Toro. Un maravilloso viaje en el tiempo a un Miércoles Santo de la década de 1720.

Fue durante el Concilio Vaticano II cuando se terminó por perder el ritual del Oficio de Tinieblas, tal como se realizaba antiguamente. No obstante, en la actualidad se recuperan ciertos aspectos para al menos rememorar la ceremonia, como la presencia del tenebrario y su, al menos, apagado icónico. De este modo se sigue representando ese instante tan crucial para la doctrina cristiana que es el que, tal como narraba el evangelista San Lucas: “Era ya la hora sexta, y se produjeron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona, habiendo faltado el sol, y rasgándose por el medio el velo del santuario. Clamando con voz poderosa, Jesús exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró”.
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