Ana María de la Iglesia
Monasterio de San Ildefonso de Toro

Fundado entre los años 1285 y 1290 por orden de la Reina María de Molina (1260-1321), esposa de Sancho IV “el Bravo”.
Su fundación hay que situarla en el año 1275, momento en el que la Reina donó a la Orden de Predicadores unas casas en la zona en la que se encontraba la Iglesia de Santa María la Blanca, que se incorporaría a la construcción del Monasterio. Todo esto se lleva a cabo bajo el mando de Honorio IV (Papa de la iglesia católica desde 1285 hasta 1287), quien facilita la fundación de nuevos conventos de orden dominica.
Según los documentos conservados en el Archivo Histórico Nacional:
“La Serenísima Reina doña María de Meneses [...], fundó este convento en el año 1275 [...]. Y para dicha fundación compró unas casas que fueron de Lope García de Toro, las cuales poseía Hernán Gómez, hijo de Gonzalo Coronel, como parece por carta de venta hecha en Zamora a 15 de octubre era 1322, que fue año de 1284. Fundose el dicho convento en una ermita que se llamaba Santa María la Blanca, la cual quedó incorporada al convento pasando a llamarse Santa María la Nueva”.
Se sabe que hacia 1290 se amplió el terreno del Monasterio comprando unas casas a un tal Arias, sito en la calle de la Reina (llamada así porque María de Molina construyó un palacio en el Monasterio y residió en él). Hacia 1294, se compraron más terrenos a Don Rodrigo de Pozuelo. Tras la muerte de la fundadora, a mediados del siglo XIV, cambió su advocación a la de San Ildefonso.
Además, en él se construyó un Palacio Real en el que vivieron tanto María de Molina como los reyes futuros: Catalina de Lancaster (1373-1406), madre de Juan II de Castilla, quien nació en el monasterio. En su interior estaba enterrado el hijo de la Reina María de Molina, el Infante Enrique (Enrique de Castilla), que fue enterrado, según los documentos del Archivo Histórico Nacional “que antes de agora estaba al lado derecho del altar mayor, en una piedra de alabastro, y agora está en un nicho al lado de la epístola”. Se dice que también tuvo su sepulcro en este lugar el infante Juan Manuel, hijo de Alfonso X “el Sabio”.
El convento tuvo la protección real y de la nobleza hasta 1494, fecha en el que pasa a los señores de la Mota. Más tarde sufrió diferentes expolios, entre los que hay que destacar: la desamortización, momento en el que la casa en la que la Reina pasaba sus estancias en Toro fue destruida; la Guerra de la Independencia (1808-1814) y el Trienio Liberal (1820-1823).
Se conoce que la iglesia del Monasterio era de tres naves, con la capilla mayor a la misma altura. Sin embargo, hacia 1494-95 cuando el Monasterio pasó a manos del señor de la Mota, don Rodrigo de Ulloa y su mujer Aldonça de Castilla, hicieron todas las bóvedas de la iglesia y la capilla Mayor. Fray García de Castronuño, hijo profeso de este Monasterio y obispo de Coria, mandó hacer el claustro del que sólo se construyó la parte baja. Más tarde, Fray Diego de Deza, natural de Toro e hijo de este convento, labró las bóvedas del claustro. Una vez acabado el claustro, siente la necesidad de levantar un sitio en el que deben reposar los restos de sus padres y hermanos, por lo que llevó a cabo la construcción de una nueva sala. También hizo un refectorio y los dormitorios del convento. Durante los siglos XIV y XV se llevaron a cabo numerosas modificaciones y se incluyeron diversas capillas destinadas a sepulturas de personajes ilustres. Podemos decir que las obras de construcción del Monasterio finalizaron a principios del siglo XVI, ya que las obras que se realizaron a partir de la segunda mitad del s.XVI hasta el siglo XVIII fueron de consolidación. A partir del siglo XIX empieza la decadencia del Monasterio, pasando a ser parte de un almacén de fruta hasta finales del siglo XX.
De aquella construcción del siglo XIII queda muy poquito hoy en día, un pequeño rincón con arcos apuntados en la plaza de Santo Domingo, que era el lugar en el que se situaba el Monasterio; la portada de la Iglesia de San Julián de los Caballeros; el púlpito que está en el interior de la iglesia de San Julián; o el arco colocado en la actual plaza del Barón de Covadonga, al lado del ambulatorio.
En lo que se refiere a la esquina que se ubica en la plaza de Santo Domingo, decir que es parte del Monasterio formado por arcos apuntados de estilo gótico. Su portada fue trasladada a la iglesia de San Julián de los Caballeros en 1879, ya que la fachada principal de la iglesia, de transición gótico-renacentista, fue reconstruida en esa fecha. En la portada se puede leer una inscripción que reza: “En esta iglesia se mantuvo público el culto católico en tiempos de los sarracenos”. Ya en el interior de esta iglesia podemos encontrar un púlpito, perteneciente al Monasterio, tallado en madera del siglo XVI, decorado con ángeles, santos esculpidos en la baranda y en el antepecho y mascarones. Ya en la base o pie del púlpito encontramos figuras de esclavos que levantan sus brazos para sostener el peso del púlpito por encima de sus hombros.

Otra pieza de gran relevancia que se conserva del Monasterio es el arco que hoy en día está situado en la plaza del Barón de Covadonga. Colocado en esta plaza desde el 2011, ha pasado por diferentes lugares a lo largo de la historia, siendo el más conocido el Cementerio Viejo, ubicado en las inmediaciones del cuartel de la Guardia Civil. Sin embargo, tiempo después, entre 1951-1953, esta portada fue trasladada a la Granja Florencia, pero hacia el año 2001, por unas modificaciones y construcciones en el terreno de la Granja, se decidió desmontarlo, enumerando los sillares para su posterior colocación.

La última pieza, y no por ello menos importante, es el magnífico calvario que se conserva en la sacristía de la Colegiata. Obra maestra italiana que sorprende tanto por su composición como por los materiales empleados, marfil y carey.
Gracias a un estudio realizado por José Navarro Talegón, sabemos que la obra fue donada hacia 1711 al Monasterio de San Ildefonso por Doña Marina Teresa de Ayala, Duquesa de Veragua cumpliendo la voluntad de su esposo, Don Pedro Manuel Colón de Portugal, VII Duque de Veragua. Sin embargo, aunque fue donada a este Monasterio, posteriormente pasó a la iglesia de San Pedro del Olmo, de donde finalmente llegó a la Colegiata de Santa María la Mayor.
Es una pieza de gran tamaño formado por dos partes:
La primera, El Calvario formado por una figura de Cristo crucificado realizada en marfil sobre una cruz de carey. En los laterales encontramos las figuras de la Virgen y San Juan, también hechas en marfil. Estas tres figuras se encuentran sobre un magnífico tabernáculo barroco hecho en madera y totalmente cubierto con láminas de carey enmarcado en cornisas de marfil.
La segunda, el tabernáculo, en cuya parte central se encuentra la puerta del sagrario decorada por un conjunto de doce medallones con escenas de la Pasión y un medallón central de mayor tamaño en el que podemos observar el Descendimiento.
Fue restaurado en el año 2016 y nada queda ya de los daños sufridos tras el robo en 1981 por Erik “El Belga”. Hoy en día podemos admirar está bella obra en la Colegiata.
